
Sin embargo la estética
de lo útil nos habla de aquellos objetos que se consideran bellos porque su
forma acompaña a la funcionalidad. Un objeto de utilidad producido en serie
puede ser bello. Hay maravillosos ejemplos, muchos de ellos surgidos en el
ámbito industrial, sin buscar apariencias: bombillas, cuchillos, tijeras,
relojes… El ingeniero fabrica objetos
bellos atendiendo a otra serie de cualidades: optimización, rentabilidad,
exactitud, eficacia, rapidez, comodidad… Estas cualidades, alejadas del
prejuicio estético, hacen que un objeto pueda ser bello.
En la actualidad abundan
los objetos sobrediseñados, basta ver los teléfonos móviles, cafeteras, mobiliario…
Son creaciones propias de una cultura de
la imagen. A esta transformación en el diseño ha contribuido el plástico. El
plástico es un material moldeable, dócil al capricho de la forma, por lo que el
ensamblaje, la visión de la junta y la tectónica se consideran cualidades
inferiores. El plástico ha amanerado los objetos suavizando excesivamente la
forma, impidiendo esa interesante y tan atractiva relación entre la forma y la
función. Un ejercicio interesante es comparar las cualidades de un lápiz portaminas
suizo Caran d’Ache (1930) con cualquier lápiz comercial. De aluminio negro mate
ligero, de forma hexagonal que evita su posible caída al suelo, y un excelente
funcionamiento.
